De todos los proyectos que he realizado en más de 20 años de carrera profesional, Costuras a flor de piel es uno de mis favoritos. Hacer las fotos fue algo mágico, sobre todo por la entrega y el calor de las modelos. Para todas era la primera vez que posaban desnudas ante una cámara. Mi papel fue el de acercarme, conseguir que se sintieran cómodas, y tomar una foto que reflejara su personalidad o su estado de ánimo. Me sorprendía cada vez la confianza que generábamos en tan poco tiempo. Me encantó esa experiencia. Y me impresionó la generosidad de tantas mujeres hacia una causa que, de un modo u otro, está presente en todas las familias.
El arte por el arte solo no tiene sentido para mí. En mi trabajo quiero aportar algo más que una bonita foto o película. Costuras a flor de piel surgió, pues, de dos intereses distintos. Por un lado de mi compromiso con la concienciación sobre el cáncer –porque lo he vivido desde demasiado cerca–, y por otro de la fotografía documental, en este caso de desnudos. Pongo el arte al servicio de la causa, como he hecho en otros trabajos. Esa combinación de arte con causa es mi manera de contribuir al mundo que me rodea, en pasos pequeños pero de forma constante. Me hace sentir útil. Y feliz.
Como sucede a menudo con los proyectos creativos, también este ha tenido sus altos y sus bajos. Si hemos sobrevivido en un contexto económico cada vez menos propicio a los temas sociales y artísticos, es por dos razones. Primero, por Rosa Mercader de líniazero, que se ofreció a liderar el proyecto cuando más lo necesitaba. Ella y su equipo de excelentes profesionales se han entregado para que esta exposición fuera una realidad. Y segundo, y de manera muy especial, por el apoyo incondicional de las mujeres voluntarias, hacia las que siento un enorme compromiso. En realidad, hemos llegado aquí gracias a todas y cada una de ellas. Por ello, mi eterna gratitud.